Leyendo entre lineas
Por Ana Dini de Calviño.
Hace un tiempo comencé a releer el capítulo 31 del libro de Proverbios, un pasaje muy leído y llamativo para toda mujer. Era infaltable en las reuniones de mujeres hablar de ella. Cada festejo del día de la madre, el texto obligado era proverbios 31.
Ante tantas veces que hemos escuchado predicar de este pasaje tan emblemático, ¿qué mujer no se sintió impactada, desafiada, impresionada pero también decepcionada de no poder cumplir con tan altos estándares que plantea; o frustrada de no llegar a la estatura si se medía con ella?
¿Qué hombre no anheló ser el feliz compañero de esta mujer ejemplar? ¿Cuántas veces las comparaciones fueron tan odiosas que causaron heridas más que admiración?
Pero algo sucedió al volver a leer este pasaje en esta temporada. El Espíritu Santo inquietó mi espíritu a comenzar a ver algo más que el ejemplo admirable de una mujer llena de Dios. No minimizo esta enseñanza, pero entendí a medida que lo leía, algo que impactó en mi interior y fue comenzar a ver a ésta mujer como una analogía tremenda de la Iglesia de Cristo. Los ojos del entendimiento se me iluminaron al descubrir que la Iglesia cabe perfectamente en la magistral descripción hecha por Lemuel.
Esta mujer virtuosa que se nos relata, es una mujer que expresa una vida plena y abundante, pero como dije, no la veamos sólo como el ejemplo perfecto de la mujer cristiana que atiende su casa y familia, sino como quien reúne características únicas, que bien podemos ver a la luz de toda la Escritura como tipo y sombra de lo que es la Iglesia Gloriosa del Señor. Esta mujer virtuosa dibuja la figura de la iglesia como cuerpo de Cristo, expresando con excelencia, exactitud y precisión el diseño único al que fue llamada.
Si hay algo que debemos cambiar y pedir al Señor en estos tiempos, es poder Ver con los ojos espirituales la Iglesia Gloriosa, tal como el Padre la diseñó. Tristemente a veces los mismos hijos la ensucian, manosean y denigran con ofensas, expresiones groseras, falta de amor, no entendiendo que la están desprestigiando, dañando y no están valorando el alto precio que tiene para Dios.
Si Esta mujer ejemplar recibe halagos, elogios, expresiones cargadas de buenos deseos siendo solo sombra de lo Verdadero; ¿Cuánto más Su Iglesia merece ser vista por sus hijos como lo que es: la expresión de la Vida del Hijo en la tierra? Pidamos al Señor que re-enfoque nuestro espíritu y nuestra visión, oremos para que sean abiertos nuestros ojos espirituales, a fin de que sea iluminado nuestro entendimiento para comprender su valor, su grandeza, su propósito eterno y poder verla con Sus ojos, tal y como Él la ve.
Seguramente muchos buenos hombres habrán pensado: esto es solo para las mujeres. Pero el relato de Proverbios 31 nos sorprende con verdades importantes de valor permanente, principios del reino aplicables tanto a hombres como mujeres. Por ello, me gustaría dejar aclarado 2 consideraciones importantes:
En primer lugar, esta mujer, al ser tipo y sombra de la Iglesia, no tiene género y esto hace que este mensaje sea inclusivo, o sea, para todos, y nadie queda excluido de esta enseñanza.
El apóstol Pablo nos dice en Gal. 3:28 “….ya no hay varón o mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo.”
En segundo lugar, ésta mujer edificaba desde las sombras, desde lo porvenir, por que todo lo que se mencionan son cosas visibles, externas, temporales y pasajeras.
Nosotros, participantes del Nuevo Pacto, edificamos desde Su realidad, desde lo eterno, lo imperecedero, lo que permanece para siempre. Como iglesia, cada uno de nosotros, debemos edificar conscientes que esta responsabilidad nos fue impartida de Espíritu a espíritu. Ella lo pudo hacer tan eficazmente porque estaba segura de Su posición, de su identidad y del propósito eterno hacia el cual caminaba.
Teniendo en mente que en ésta mujer podemos ver a La Iglesia, quiero invitarlos a descubrirla. Antes que nada, quiero hacer una diferenciación de la organización eclesiástica, con la Iglesia Gloriosa, invisible, pura y Santa a la cual quiero referirme.
El relato bíblico comienza con una descripción sublime: “mujer virtuosa, ¿quién la hallará?”
Si trazamos una analogía con la iglesia, Dios esta diciendo: esta iglesia es ejemplar, extraordinaria, ideal, única. Dios no se limita ni condiciona, ni ahorra palabras para expresar cómo ve a su obra maestra, a Su Iglesia. En estas palabras se puede percibir la carga de amor del Padre, el placer manifestado hacia la prometida de Su Amado Hijo.
Lo que continúa diciendo el pasaje: “¿quién la hallará?”, esto nos posiciona en la tremenda realidad de que fuimos escogidos, amados, pensados, elegidos, predestinados y encontrados por ÉL. Fuimos hallados cuando estábamos muertos en nuestros pecados, fuimos resucitados a una nueva vida gracias al sacrificio perfecto de Jesucristo. Por esto es que somos su especial tesoro, rescatado y redimido para manifestar su Vida.
Continúa diciendo Lemuel; “es mas valiosa que las piedras preciosas”, con esta expresión no hace más que acentuar y reafirmar el concepto de que esta Iglesia nacida en la Cruz, la novia del Cordero, es preciosa no sólo en belleza, sino porque tiene un valor incalculable e inigualable.
La Iglesia es valiosa porque fue comprada por un alto precio.
La iglesia tiene un valor incalculable porque costó la vida del Hijo.
El apóstol Pedro nos dice en 1º Pedro “Tengan presente que han sido rescatados de su vana manera de vivir, la cual heredaron de sus padres, no con cosas corruptibles como oro o plata sino con la sangre preciosa de Cristo como de un cordero sin mancha y sin contaminación.”
El valor de ella está determinado y condicionado por el accionar del Espíritu Santo como fundamento esencial para la plenitud de vida. Pensar que la iglesia es valiosa sin permitir al Espíritu Santo que sea quien gobierne, guíe y conduzca, es una utopía. Por años las actividades eclesiásticas, las agendas, los programas, las estrategias han anulado el real valor de la Iglesia, dejando ver brillo sin calidad. Un antiguo dicho dice: “no todo lo que brilla es oro”
Jesús nos dice que el secreto del valor y brillo de su desposada, está en saber que “separados de Él nada podemos hacer”, reafirmando que solo a través de la permanencia, la constancia, del sabernos ligados, establecidos y confirmados en Él, seremos productivos y eficaces en la participación y realización de su Propósito Eterno.